BIOGRAFÍA Y HOMENAJE
Boletín de la Soc. Oftalmo. de Madrid - N.º 58 (2018)

Homenaje al Dr. Ángel L. Regueras Flores
Jefe de Sección de Retina y Vítreo. Hospital Universitario Ramón y Cajal. Madrid

Alba Coronado Toural

 

Hablar del Dr. Ángel Luis  Regueras Flores es referirse a uno de los padres de la vitrectomía en España, creador de una escuela, de una “manera de hacer” y maestro de varias generaciones de retinólogos de este país.

Nació en Madrid el 10 de marzo de 1943, hijo de Ángel Regueras, abogado y periodista zamorano e Isabel Flores, perteneciente a una familia de Linares de toda la vida. Creo que esta mezcla, entre la sobriedad castellana y la alegría andaluza, hizo un muy buen coctel en la educación de Ángel Luis. Estudió en el Colegio de la Sagrada Familia de Madrid y creció jugando en el Retiro, el parque que tenía enfrente de la casa familiar en la calle Ibiza.

Aunque llegó a la oftalmología por casualidad siempre tuvo vocación de médico, influenciado por dos de sus  tíos, ambos llamados Fernando, uno forense en Benavente y otro cirujano general en Linares, con los que pasaba los veranos. Es de agradecer que prevaleciese ésta vocación sobre la periodística paterna o la del tío abuelo Ángel, Obispo de Plasencia y Senador.

Cursó la carrera  de  Medicina en la Universidad Complutense de Madrid con un expediente brillante y durante el servicio militar, en la Academia de Segovia, se dedicó a operar de fimosis a todos los soldados que se lo pedían.

Terminada la mili, por puro azar y gracias a la recomendación de un amigo de la familia, ingresó en el Instituto Oftálmico, entonces Escuela Profesional ya que aún faltaban algunos años para que se instaurase el sistema MIR.  Dicen los que le conocieron en estos años que cuando vio la primera cirugía de catarata (entonces intracapsular con crioextracción) dijo “Esto lo hago yo con la gorra” y es cierto que, desde el primer momento, destacó por su destreza y habilidad quirúrgica. Allí coincidió con ilustres compañeros como Alfredo Domínguez o Agustín Fonseca y allí es donde empezó su pasión por la oftalmología y, fundamentalmente por la retina, que le acompañaría toda la vida.

En 1970, ya con su título de especialista debajo del brazo, estaba a punto de marcharse a Linares para abrir allí una consulta cuando, de nuevo, la casualidad hizo que surgiese una plaza en el Hospital La Paz, plaza que, curiosamente, no pertenecía al servicio de oftalmología sino a traumatología y accidentes laborales.

En 1977 se inaugura el Hospital Ramón y Cajal y, de la mano del Profesor Juan Murube del Castillo, un grupo de jóvenes entusiastas reciben el encargo de crear, desde cero, el Servicio de Oftalmología y para allá se fue Ángel Luis a hacerse cargo de la Sección de Retina, donde permaneció hasta su jubilación.

Costó mucho tiempo y esfuerzo  echarlo a andar, pero es evidente que mereció la pena. El concepto de Servicio dividido en Secciones por sub/superespecialidades ha atraído durante generaciones a los mejores números de MIR y a cientos de rotantes de diferentes hospitales y países.

Estos fueron también los primeros años de la vitrectomía y, aunque el concepto de Machemer era brillante, no fue nada fácil llevarlo a la práctica y Ángel tuvo que recurrir, en muchas ocasiones, a soluciones ingeniosas. Por suerte, nunca le faltaron ingenio ni ganas.

Los primeros vitreotomos, de corte oscilante, más que cortar el vítreo lo batían… No disponía de lentes y las primeras cirugías las hizo con binocular y a imagen invertida…. Tampoco tenía bomba de infusión, así que se fue por todas las tiendas de mascotas de Madrid, esfingomanómetro en mano, hasta encontrar una bomba de pecera que no pasase de 120 mm de Hg para no estallar  la arteria central de la retina… Compraba aceite de silicona industrial a 1000 pesetas el kilo y, despúes  de hervirlo a 130 º durante 1 hora, se envasaba en campana esteril en botes de 15 ml...

La verdad es que, los que llegamos después, nos lo encontramos todo hecho pero, para él, esa fue una época tremendamente ilusionante y retadora y, como era tan buen colega, siempre estaba dispuesto a compartir y enseñar, pero también a aprender. Una de las razones por la que nunca dejó la medicina pública, en la que consideraba a los médicos maltratados y mal pagados, es porque le permitía estar con residentes, “cerebritos” que le estimulaban y le ayudaban a mantenerse al día.

Os he contado que era un apasionado de la oftalmología, pero eso sólo es un reflejo de su carácter y su pasión por la  vida. Era sociable, divertido y buen amigo. Enamorado de la pintura, los relojes y el golf, de la buena mesa y de los buenos vinos, sibarita, vitalista y “bon vivant”. Un auténtico “disfrutón” o, como diría la Dra. María Moreno,  compañera de trabajo durante años, un tsunami que te arrastraba sin que te pudieras apartar.

Ángel falleció el 10 de junio de 2014 pero su legado y sus enseñanzas permanecen.

Para muchos de nosotros fue colega, maestro y mentor y nos enseñó a amar la retina y la profesión. Para mí, además, fue compañero de vida y mi mejor amigo.